21.7.09

Y justo en ese momento caí en la cuenta de la perpetuidad de nuestras acciones, de la transcendencia de nuestro pasado y de la importancia de todo aquello no transcurrido.
Y justo en ese preciso momento deseé que de golpe pasaran cien años. Quise esfumarme y que todo se esfumara. Alejarme, desaparecer, fundirme en la nada. Liberarme de la silla y abandonar mis cadenas, dejar de respirar. Y es que me repugnaba la realidad, y el simple hecho de afrontarla me producía tal temor que me provocaba tremendas arcadas.

Siempre me ha asustado el porvenir. Siempre le he temido al futuro, a lo incierto y a todo aquello desconocido. Y si bien negaré efusivamente que le palabra "rendición" figura entre las páginas de mi diccionario, ésta está presente en prácticamente cada una de mis acciones, alejándome de mis metas y mis sueños, obligándome a caer en la pasividad, forzándome a esconder, por prudencia y por miedo mis verdaderos sentimientos, incrustándome máscaras y armaduras de acero que a la hora de la verdad desaparecen cómo por arte de magia dejándome desnuda y sin arma alguna sobre el suelo húmedo y resbaladizo.