9.2.10

Era alguien realmente particular, un personaje de aquellos inéditos y poco comunes, difíciles de olvidar.
No tenia grandes habilidades y aunque albergara cierto magnetismo especial y su piel desprendiera un aroma dulce y agradable, casi femenino, ofrecía un aspecto francamente normal.
Sin embargo, eran algunas de sus poco comunes costumbres aquello que lo hacía distinto; siempre llevaba consigo un extraño y vacío frasco de cristal.
Esto hubiera sido algo bastante insignificante si no fuera por que decenas y decenas de ellos, idénticos y también vacíos, se encontraban matemáticamente colocados sobre una elevada estantería de su habitación.
Según una vez me contó, tras observar mi creciente curiosidad, éstas pequeñas botellitas contenían instantes.

Desde muchos años atrás solía recoger buenos momentos en pequeños frascos. No dejaba que se le escapara ni uno. Nunca jamás de los jamases permitía que un instante placentero no trascendiera en el tiempo, por eso, ante cualquier situación agradable de su existencia separaba el tapón hermético del pequeño botecito durante unos breves segundos y dejaba que el instante se introdujera en ese reducido espacio.
Así era cómo éste cazador de tiempo, cómo a él le gustaba llamarse, retenía para siempre y sin riesgo de huida aquellos preciados momentos que merecían la pena de recordar. Era para él la única forma de retenerlos para siempre, sin miedo a desvanecieran de su memoria.
Según me dijo, cuando estaba triste solía sentarse en el borde de la cama para observar sus frascos, e incluso, alguna que otra vez y sólo en sus peores momentos, había abierto y cerrado rápidamente alguno de ellos para inhalar durante breves instantes la suave fragancia que albergaban, para así, revivir el pasado una vez más.